jueves, 26 de diciembre de 2013

De la España profunda

De Manuel Fernández Espinosa 

No es nuevo que la soberanía nacional es a día de hoy un concepto sin contenido. Nos dictan la política nacional desde otras instancias. Pero eso pasa, tal vez con menos descaro y sinvergüencería, desde hace siglos: desde que perdimos nuestra hegemonía mundial. 

Desde entonces España ha venido decayendo hasta convertirse prácticamente en una colonia: nuestros recursos naturales han sido (y son en el presente) explotados a placer por ajenos con la complicidad de una casta política que, si entonaba el discurso patriótico lo hacía a título de pomposa y vana retórica, pues, mientras los políticos liberales del siglo XIX invocaban a España, las grandes compañías inglesas y francesas explotaban nuestras minas a la vez que nuestro pueblo era empleado como mano de obra en las condiciones más precarias.

En el siglo XXI apenas podemos decir que hayan cambiado las cosas: el capitalismo apátrida aterriza en nuestro solar patrio con la avidez que lo caracteriza, presto a convertir lo que quede de España en un parque temático, contratando a nuestro pueblo para disfrazarlo de payaso o dispuesto a levantar Las Vegas en Madrid, para sumirnos más todavía en la abyección (es increíble que haya quienes puedan lamentar que el proyecto de la Sodoma de la ruleta pueda haberse ido al infierno). 

Y el colmo es que, por lo visto, hemos de estarles agradecidos por viciarnos la existencia, por falsificárnosla y por menguarnos la dignidad, hasta hacernos parias en nuestro mismo suelo patrio. Están desmantelándonos como nación, con la complicidad de nuestra actual casta política y antes despedazaron el sector primario y el tejido industrial para venderlo como chatarra. ¿Qué produce España? ¿En qué puede emplearse laboralmente su población? La panacea de nuestra economía, de por sí maltrecha, es a juicio de los extranjeros y de los propios expertos el turismo: cuando esporádicamente desciende el paro es por la demanda de camareros, cuando no hay turismo, se nos invita a emigrar y, cuando los españoles emigran, es para limpiar letrinas en Londres. Y estos políticos que regentean en España siguen emitiendo sus discursos pomposos sobre las excelencias de los valores democráticos, ajenos a las necesidades del pueblo; pueblo al que, en su cínica desvergüenza llaman “ciudadanía”. 

Ante este panorama desolador, no parece que haya señales como para anunciar un porvenir halagüeño, pero en medio de las ruinas y los escombros surge lo que puede ser el principio de un renacimiento nacional: UNIDAD. Frente a la dialéctica de las dos Españas (izquierdas y derechas que se despedazaron en 1936-1939) nosotros hemos descubierto que la lucha no se establece en esa falsa dicotomía de izquierda y derecha. Con esa clásica dicotomía es con la que nos entretienen, con la que nos enfrentan abajo, escamoteándonos la verdadera dicotomía. Pues si acaso es cierto que hay dos Españas: hay una España falsificada, cuyas excrecencias son todo el artificio que ha vaciado y viciado nuestra “soberanía nacional” y, en los fondos de todo lo que se ve, está la España verdadera, la Iberia sumergida y silenciada, la que yace bajo esa artificial y artificiosa superestructura parasitaria. 

Nuestra convocatoria es a la España auténtica que resuella bajo los impuestos y la ignominia diaria en la que nos han sumido; llamamos a los españoles que están parados o empleados en trabajos indignos y los llamamos otros españoles que nos reconocemos como tales y sentimos como un mandato inexorable unirnos otra vez, como tantas veces en nuestra historia, para impedir que España se desintegre. 

Somos patriotas que vamos más allá del patriotismo futbolístico, somos la España maltratada que reclama la justicia social y mayor seguridad en sus calles; la España que rechina los dientes cuando asiste a las peores injusticias que se hayan visto; la España que se sabe resultado de una milenaria historia cuajada de proezas y glorias imperecederas: la España que pugna por recuperar su soberanía nacional. 

No nos engañamos: sabemos que España está hundida, pero por eso mismo la podemos reflotar. Esa es la España de UNIDAD y la otra España (la impostura que nos ha vaciado y viciado con todas su agencias) verdaderamente no es España, sino que es la negación de España. Otra España que no seamos nosotros es, simplemente, imposible.

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