jueves, 19 de diciembre de 2013

La cuenta de la vieja

De Tomás Pérez Vallejo

Para Jaén estos últimos años han sido especialmente duros. Esta es una provincia que vincula gran parte de su economía a un monocultivo, el olivar, y a su producto, eso que los cursis y los rebañaollas agradecidos denominan oro líquido, y que la gente normal llama aceite. Artículo que, curiosamente, siendo una grasa proporciona magros beneficios a los productores.

Estos, en nuestra zona, son tradicionalmente meses de febril trajineo en los campos, en los que se esperaba, tras la decepcionante campaña del último año, una que redimiera los bolsillos de campesinos y jornaleros, gracias a las lluvias pasadas. Pero lo que se preveía como un final feliz, se ha truncado por la falta de agua otoñal y heladas tempranas, que han provocado una tardía y deficiente maduración del fruto, algo que la Federación Española de Industriales Frabricantes de Aceite de Oliva cifran en pérdidas de un 15% del total de la producción, así como un debilitamiento del árbol que se verá acusada en la próxima campaña.

Jaén, campo y tiempo. Hombres mirando al cielo y rogándoles a sus santos que llueva, pero que llueva bien; que no caigan nubes, que no haya destrozos y que la cosecha les permita vivir otro año más; que puedan pagar esas deudas que dejaron apalabradas para “cuando coja la aceituna”. Aunque también para entonces habrá que esperar mansamente a que suban los precios para liquidar. Esos precios que se aún se cuentan en pesetas, precios que fluctúan al albur de los mercados, aquellos que no saben de podas ni vareo, que no saben cómo huele la flor del olivo ni la almazara, al final ellos son los que ponen el precio al trabajo de todo un año.

Mientras en Jaén pasa la campaña, mientras el trabajo del campo andaluz de otras campañas, de otras siembras, se malvende; un partido autodenominado Obrero hace la cuenta de la vieja y le reclama a un sindicato autodenominado de Trabajadores 1.245 millones de Pesetas, y con la otra mano les subvenciona con 1.294,8.

A los productores, a los trabajadores, a los autónomos, a los asalariados, en definitiva a los de la economía tangible, se les da como pago la coz y el impuesto. Ese impuesto que nutrirá, mediante subterfugios legales, a paniaguados que ni tan siquiera tienen la decencia de ponerse colorados cuando les pillan con el carrito del helado, porque saben que lo que Alá les quita, Alá se lo da. Y como dijo aquel, todavía les sobra de la convidada “dinero para asar una vaca”.

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